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María Álvarez

Valencia 1974

conceptualmente minimalista, su pintura es consecuencia de un proceso de interiorización, interpretación de la realidad que lleva a cabo sin más propósito que la honestidad creativa y la pureza.

cuadros que se refieren a la vida, al mundo compartido por almas, entidades y paisajes.

lienzos en los que sólo hay lo que conmueve o debe haber:

el ser humano en su cósmica soledad, meditativo sobre el todo y la duda de existir; la linea recta y el plano exento, con su vocación de hogar, de abrigo e ilusoria protección; y la naturaleza envolvente, contenida en sí, en sus redondeces vegetales tupidas o desnudas, aunque extendida hacia caminos que tienden al infinito o convergen en realidades superpuestas.

la atmósfera, también y sobre todo, como un perfume sutil que aroma el cuadro de esquina a esquina, pincelada a pincelada, que lo baña de armonía y equilibrio tonal,

y, por fin, la luz, una luz tibia que sugiere el atardecer e induce a pensar en la noche que llega, en lo que merece la pena y lo que no.

escaparates del soliloquio existencial, estas obras encarnan un universo imaginario más cercano al Bosco que a los surrealistas, conforman un espacio propio que, por el trazo y sobriedad compositiva, enlaza de algún modo con las vanguardias metafísicas italianas de los treinta.

tras casi tres lustros desde su primera exposición, su trayectoria ha mantenido la iconografía y claves primordiales de sus inicios: la expresividad del silencio, la figuración estatuaria, el paisaje como metáfora existencial, el minimalismo y el aseo escénicos, claves que perviven en el tiempo maduradas y enriquecidas por el oficio y el talento.

sustentada en las técnicas y la noción de la pintura clásica, se trata de una obra próxima y contemporánea, cautivadora por cuanto despierta el deseo y la emoción de disfrutarla.